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domingo, 29 de octubre de 2017

Revivir

REVIVIR.

Preferí ignorar sus gritos. Aún eran las 2 de la madrugada y mi padre seguía gritando y golpeándose con las paredes. Ahora que puedo meditar la situación, sé que fue mala idea no permitir su descanso.



Comenzare por decir que mi padre tenía 50 años, el día que sus pulmones comenzaron a fallar. Años y años paso al lado de un cigarrillo en su mano, que hoy ese tiempo estaba cobrando factura; un cáncer se había desarrollado en sus pulmones. Su vida comenzó a extinguirse, a partir del momento de ser diagnosticado.

Se negó a recibir quimioterapia, no permitió ningún procedimiento quirúrgico y tan solo quiso ser tratado con analgésico; morfina era lo único que calmaba sus dolores, a cambio de permanecer dopado, viviendo en un mundo irreal. La enfermedad avanzó tan rápido que en cuestión de meses ya no quedaba nadie a quien salvar, mi padre había muerto. Su aspecto regordete se transformó en uno caquexico, su vitalidad se había marchitado como aquella flor a la que no le llega luz, sus huesos estaban visibles, recubiertos por piel, arrugada y escamosa. Una mañana recobró su lucidez para decirme adiós, cerró los ojos y nunca más los volvió abrir.

Mi padre me cuidó desde que mi madre nos abandonó, yo tenía 2 años y ella se harto de nosotros. Nunca más hubo una mujer en nuestro hogar. Pero ahora yo quedaba solo, ¿como afrontar la vida así? Abatido y nostálgico, sólo y triste. Tomé una decisión absurda, tan absurda que pagaría el error, con sangre y lágrimas.

Pienso que ser joven a veces es un pecado, te sientes invencible y poderoso; y esa soberbia te convierte en un ser vulnerable. Quise darle vida nuevamente a mi padre, sin comprender que su ciclo había terminado y ya no pertenecía más a este mundo, que gran desacierto.

Guarde su cuerpo. En el funeral no permití que nadie abriera su ataúd, deje un cuadro con la foto de mi padre encima del féretro. Todos respetaron mi voluntad de hacerles recordar lo mejor de él. Nadie sospechaba que el ataúd estaba lleno de piedras y mi padre descansaba en el sótano de la casa. Luego de terminar el circo del entierro, pasaría a la fase 2 de mi plan.

Conocí la magia negra en mi época de colegio, en aquellos años era por experimentar, hoy nuevamente recurro a ella, porque recordaba que existía la posibilidad de revivir muertos. Que ingenuo fui. La magia negra esconde maldad dentro de palabras que pueden sonar dulces para mentes débiles como la mía. No estaba reviviendo a nadie, eso hasta donde sé, es imposible. Sin embargo, el cuerpo de mi padre era un recipiente, el cual cualquier ser inmaterial podía habitar. Fue así como algún ser del bajo astral tomó posesión de ese cuerpo.

En las indicaciones del ritual recomendaban, encadenar el cuerpo, porque volver significaba un cambio brusco para el renacido. Patrañas, lo que en realidad quería decir era, es mejor tener un demonio atado que suelto por ahí. Aunque eventualmente se liberaría.

Hoy terminaría todo. Tengo el rifle cargado, el rifle con el que mi padre solía cazar venados. También lo cargue con la munición que sobraba de aquellas épocas. Podrán imaginar que es lo próximo que haría. Baje las escaleras decidido, empuñando el rifle con mis dos manos. Es curioso como a medida que me acercó al sótano mi valor se va apagando, como la vela al ser consumida por el fuego. Encuentro a lo que antaño era mi padre acechandome desde el piso, gruñe como una rata, a la cual están matando. Apuntó con el rifle en su cabeza sin dejar de temblar, trato de serenarme para poder disparar, pero en ese intento me percató que las cadenas están rotas, el ente nota mi mirada y comienza a saltar de un lado a otro, camina por las paredes deleitándose con mi cara de terror. Supongo que ya soy hombre muerto, pero no me rendiré tan fácil, trato de apuntarle y disparó, pero mis disparos ni siquiera dan cerca del monstruo.

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De repente todo es tan confuso. Me detengo y veo alrededor. ¿Qué pasa aquí? ¿Dónde está el sótano? Esta es una cafetería, la cafetería de mi barrio, muchas personas están en el suelo, ensangrentadas, algunas no se mueven y otras gritan y lloran, yo sigo sosteniendo el rifle. Antes de poder hacer algo, escuchó un nuevo disparo, pero este no salió de mi rifle, en frente de mi hay varios policías, quienes comienzan a dispararme, poco a poco me desplomó. Cuando mi cuerpo entra en contacto con el suelo puedo sentir el frío de la baldosa, por fin suelto el rifle y siento un líquido caliente recorrer mi cuerpo. Miró al techo y aquello que antaño fue mi padre me estaba viendo, sonreía mientras se perdía de mi vista, como una cucaracha que corre por las rendijas huyendo del zapato que quiere matarla. Lentamente mis ojos se cierran, a partir de ahí no hubo más nada.

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