Parte 1
Parte 2
El estruendoso sonido de las explosiones llegó hasta la costa, todos los espectadores estaban petrificados ante la cruenta escena. Cuando los cañones del misterioso buque dejaron de disparar, de El Perro Mojado no quedaba suficiente para poder llamarlo un barco; el Casco de El Perro tenía un enorme agujero, por el cual se filtraba el agua marina con rapidez, la proa estaba desecha, y el último mástil que le quedaba a El Perro flotaba sobre el agua a un costado, El Perro lentamente detuvo su avance hasta quedar inmóvil.

El misterioso buque realizó una lenta maniobra para colocarse a un costado de lo que quedaba de El Perro, el cual, a pesar de estar en condiciones deplorables, seguía a flote. Utilizando cuerdas con ganchos, decenas de piratas del misterioso buque comenzaron abordar al Perro con facilidad, pues el misterioso buque era casi tres veces más grande que el navío de Yamir. No pasó mucho tiempo antes de que los piratas comenzaran a lanzar al buque cajas, y artículos de valor, los objetos más pesados y delicados eran subidos con la ayuda de poleas. El joven Valdemar observaba iracundo desde la isla, no por la sensación de estar presenciando una injusticia, no por la casi segura muerte de Luccio ni por la imagen de la pequeña Francesca de rodillas llorando a su lado, ni siquiera por la enorme sensación de impotencia, no; la rabia que sentía Valdemar creciendo en su pecho se debía al hecho de que sus planes se habían ido por la borda de un momento a otro, y todo por culpa de unos misteriosos piratas fantasmas.
Cuando los piratas terminaron de saquear El Perro y ya todos los truhanes estaban de vuelta en el misterioso buque, este abrió fuego contra El perro una última vez, acelerando el proceso de hundimiento del ya inutilizable navío. Un llanto de dolor se ahogó en la garganta de la pequeña Francesca, la cual lloraba la muerte de su padre desde la orilla, entre los habitantes de Yamir.
Mientras El Perro Mojado se hundía, una gran cantidad de niebla comenzó a envolver al misterioso buque, y cuando la niebla se disipó, el buque también lo hizo.
El silencio envolvía a la muchedumbre que aún miraba atónita en dirección al océano, el cantar de las gaviotas y los llantos de niños huérfanos y mujeres recién enviudadas era lo único que se podía escuchar. Todos estaban petrificados, nadie movía un músculo, la situación parecía irreal, el único que reaccionó de una forma diferente al llanto o el absoluto silencio, fue el joven Valdemar.
— ¿Por qué se quedan parados allí con cara de estúpidos? –Gritó Valdemar en dirección a la pequeña multitud- Hay que hacer algo contra esos piratas.
Al principio no hubo una respuesta, solo murmullos.
— ¿Y que se supone que deberíamos hacer? -Dijo alguien entre la muchedumbre sin dar la cara- No tenemos forma de alcanzarles, mucho menos de luchar con ellos.
— No nos podemos quedar de brazos cruzados, –continuó protestando Valdemar- al menos deberíamos enviar un bote para pedir venganza a la flota Komodo.
Tras mencionar a la flota de Komodo, la gente de la muchedumbre quedó boquiabierta, y en sus rostros se dibujó el pánico y el asombro.
— No es para tanto –dijo Valdemar al ver la expresión de la gente-. Seguramente no nos cobraran tanto si les explicamos nuestra situación.
Pero la expresión de terror en los rostros de la gente no hizo más que empeorar, entonces Valdemar comprendió que la reacción de la muchedumbre no se debía a su propuesta.
— ¿Tanto deseas la venganza, muchacho, que le venderías tu alma a esas lagartijas? –Preguntó una ronca voz desde las alturas a espaldas de Valdemar -.
El joven Valdemar lentamente giró su cabeza sobre su hombro, una expresión de asombro inundó su rostro al ver que un enorme buque de madera blanca había aparecido de un momento a otro detrás de él, junto a la orilla del muelle. El enorme navío tenía cuatro largas hileras de amenazadores cañones a cada costado, cuatro colosales mástiles se levantaban sobre la cubierta, enseñando una gran cantidad de blancas velas y sobre la proa, a modo de adorno, había un enorme esqueleto de al menos cuatro metros de altura; lo más extraño del misterioso buque, era que de los costados del barco brotaban extrañas llamaradas color verde, las cuales no parecían estar consumiendo la madera del barco.
— Responde, malandrín. ¿De verdad piensas en recurrir a la flota de Komodo para vengar a los tripulantes del navío que acabamos de hundir? –Se hizo escuchar una vez más la ronca voz desde lo alto-.
El joven Valdemar no alcanzaba a ver a nadie que pudiese hablarle desde la cubierta del barco, estaba confundido. Valdemar estuvo a punto de responder al aire, cuando varias cuerdas comenzaron a ser arrojadas desde la cubierta del misterioso buque y unos quince piratas descendieron desde lo alto del navío. La gente de Yamir, intimidada, retrocedió hasta estar a una distancia que ellos considerasen prudente, algunos incluso corrieron a sus hogares, los únicos que se quedaron dónde estaban fueron Valdemar y la pequeña Francesca, quien aún sollozaba de rodillas. El joven Valdemar observo a los piratas detenidamente, todos traían ropas normales, eran muy parecidos a cualquier otro marinero, ninguno de ellos parecía ser un fantasma, sin embargo, él nunca había visto un fantasma en su vida, por lo que decidió no se apresuraría en sacar conclusiones.
Tres de los piratas más corpulentos tomaron una de las cuerdas, de la cual colgaba una gran estiba de madera. Poco a poco, los corpulentos piratas dejaron que la cuerda ascendiese con el objetivo de que la estiba descendiese. Los ojos del joven Valdemar estaban fijos en la estiba que iba descendiendo, hasta que pudo ver que sobre esta estaba parado un enorme viejo de piel morena y bronceada. El anciano medía casi dos metros de altura, tenía hombros muy anchos y algo encorvados, y lucía una larga, dispareja y descuidada barba gris. El sujeto vestía de una manera mucho más llamativa que los otros piratas, a excepción de una delgada camisa blanca todo su ropaje era grueso y de color oscuro, su cabellera estaba oculta bajo un larguísimo turbante color negro, con su mano izquierda se apoyaba en un largo bastón de madera blanca, cinco pistolas colgaban de un cinturón que caía desde su hombro izquierdo hasta el lado derecho de su cintura, y de sus anchos hombros caía una larga capa de cuero oscuro, la cual no alcanzaba a tocar el suelo debido a la gran altura del anciano. Cuando la estiba estuvo a la altura del muelle, Valdemar pudo observar mejor las características del singular personaje que en ese momento bajaba a suelo firme con la ayuda de otro pirata; sus ojos eran blancos y estaban apagados, su cara estaba llena de cicatrices, de los nudillos de la mano izquierda del enorme hombre se asomaban muñones en vez de dedos, mientras su mano derecha permanecía oculta bajo la capa negra, y sus enormes pies estaban descalzos y cubiertos de grueso pelo blanco.
El enorme anciano caminó lenta pero firmemente, en dirección del joven Valdemar, mientras se ayudaba con su bastón, y no se detuvo hasta tener al muchacho a un poco más de un metro de distancia.
— ¿No vas a responder la pregunta muchacho? –Dijo el anciano pirata con una voz que, aunque también era grave y ronca, no era la misma que Valdemar había escuchado unos instantes atrás.
El joven Valdemar, en tan solo un instante, miró al viejo una vez más de pies a cabeza.
—No, señor, tan solo eran habladurías mías –respondió Valdemar, aun sujetando la delgada mano de la pequeña Francesca en la suya. El anciano claramente era alguien con autoridad en aquel buque pirata, probablemente el capitán. También se notaba a leguas que era un hombre con el que no era sabio meterse, todos los sentidos de Valdemar le decían que no debía provocar a aquel hombre-. Esa cosa que hizo su barco… Esa neblina ¿Son ustedes fantasmas? –Preguntó Valdemar al pirata, con aliento visible-.
El enorme anciano sonrió, para luego reírse a carcajadas, sus secuaces no tardaron en imitarle.
— ¿Y que si lo somos, pequeña rata? – Preguntó el anciano acercándose aún más al joven Valdemar.
— Al principio pensé que lo eran, pero no están atacando al pueblo, ni a los habitantes, eso significa que necesitan descansar y reparar su nave, ¿O me equivoco? –Contestó Valdemar, e hizo una pausa para ver la reacción del pirata anciano, no hubo respuesta-. Pues, no sé mucho de fantasmas, pero no creo que un fantasma necesite descansar o reparar su nave –continuó Valdemar, un poco arrepentido de haber actuado de forma altanera-.
El pirata anciano bufó.
—Estás en lo cierto, –dijo lentamente el viejo pirata- aquel barco logró causar algunos rasguños al Yggdrasil, aunque no es nada grave, uno de mis lemas es siempre navegar en las mejores condiciones posibles.
— ¿Por qué lo mataste…? –Dijo Francesca casi susurrando, Valdemar casi había olvidado que su amiga aún estaba a su lado, sujetando su mano-. ¿Por qué mataste a mi padre? –Gritó Francesca a la vez que se ponía de pie y se lanzaba a darle manotazos al pirata.
Valdemar no alcanzo a detener a su amiga, pero el pirata anciano se encargó de ello con un sonoro manotazo de su mano derecha. El joven Valdemar se puso detrás de la niña para evitar que esta cayera.
—Tu padre iba en el barco que acabamos de hundir, ¿Verdad? –Dijo el pirata anciano- Luccio y su tripulación hicieron un pacto conmigo y tuvieron el descaro de romper nuestro acuerdo al robarme una importante e invaluable… pieza de valor. No sé quién era tu padre, pero si era parte de la tripulación de Luccio, él definitivamente era un pirata, niña, un pirata ladrón, asesino y despiadado, al igual que yo.
Parte 2
El estruendoso sonido de las explosiones llegó hasta la costa, todos los espectadores estaban petrificados ante la cruenta escena. Cuando los cañones del misterioso buque dejaron de disparar, de El Perro Mojado no quedaba suficiente para poder llamarlo un barco; el Casco de El Perro tenía un enorme agujero, por el cual se filtraba el agua marina con rapidez, la proa estaba desecha, y el último mástil que le quedaba a El Perro flotaba sobre el agua a un costado, El Perro lentamente detuvo su avance hasta quedar inmóvil.
El misterioso buque realizó una lenta maniobra para colocarse a un costado de lo que quedaba de El Perro, el cual, a pesar de estar en condiciones deplorables, seguía a flote. Utilizando cuerdas con ganchos, decenas de piratas del misterioso buque comenzaron abordar al Perro con facilidad, pues el misterioso buque era casi tres veces más grande que el navío de Yamir. No pasó mucho tiempo antes de que los piratas comenzaran a lanzar al buque cajas, y artículos de valor, los objetos más pesados y delicados eran subidos con la ayuda de poleas. El joven Valdemar observaba iracundo desde la isla, no por la sensación de estar presenciando una injusticia, no por la casi segura muerte de Luccio ni por la imagen de la pequeña Francesca de rodillas llorando a su lado, ni siquiera por la enorme sensación de impotencia, no; la rabia que sentía Valdemar creciendo en su pecho se debía al hecho de que sus planes se habían ido por la borda de un momento a otro, y todo por culpa de unos misteriosos piratas fantasmas.
Cuando los piratas terminaron de saquear El Perro y ya todos los truhanes estaban de vuelta en el misterioso buque, este abrió fuego contra El perro una última vez, acelerando el proceso de hundimiento del ya inutilizable navío. Un llanto de dolor se ahogó en la garganta de la pequeña Francesca, la cual lloraba la muerte de su padre desde la orilla, entre los habitantes de Yamir.
Mientras El Perro Mojado se hundía, una gran cantidad de niebla comenzó a envolver al misterioso buque, y cuando la niebla se disipó, el buque también lo hizo.
El silencio envolvía a la muchedumbre que aún miraba atónita en dirección al océano, el cantar de las gaviotas y los llantos de niños huérfanos y mujeres recién enviudadas era lo único que se podía escuchar. Todos estaban petrificados, nadie movía un músculo, la situación parecía irreal, el único que reaccionó de una forma diferente al llanto o el absoluto silencio, fue el joven Valdemar.
— ¿Por qué se quedan parados allí con cara de estúpidos? –Gritó Valdemar en dirección a la pequeña multitud- Hay que hacer algo contra esos piratas.
Al principio no hubo una respuesta, solo murmullos.
— ¿Y que se supone que deberíamos hacer? -Dijo alguien entre la muchedumbre sin dar la cara- No tenemos forma de alcanzarles, mucho menos de luchar con ellos.
— No nos podemos quedar de brazos cruzados, –continuó protestando Valdemar- al menos deberíamos enviar un bote para pedir venganza a la flota Komodo.
Tras mencionar a la flota de Komodo, la gente de la muchedumbre quedó boquiabierta, y en sus rostros se dibujó el pánico y el asombro.
— No es para tanto –dijo Valdemar al ver la expresión de la gente-. Seguramente no nos cobraran tanto si les explicamos nuestra situación.
Pero la expresión de terror en los rostros de la gente no hizo más que empeorar, entonces Valdemar comprendió que la reacción de la muchedumbre no se debía a su propuesta.
— ¿Tanto deseas la venganza, muchacho, que le venderías tu alma a esas lagartijas? –Preguntó una ronca voz desde las alturas a espaldas de Valdemar -.
El joven Valdemar lentamente giró su cabeza sobre su hombro, una expresión de asombro inundó su rostro al ver que un enorme buque de madera blanca había aparecido de un momento a otro detrás de él, junto a la orilla del muelle. El enorme navío tenía cuatro largas hileras de amenazadores cañones a cada costado, cuatro colosales mástiles se levantaban sobre la cubierta, enseñando una gran cantidad de blancas velas y sobre la proa, a modo de adorno, había un enorme esqueleto de al menos cuatro metros de altura; lo más extraño del misterioso buque, era que de los costados del barco brotaban extrañas llamaradas color verde, las cuales no parecían estar consumiendo la madera del barco.
— Responde, malandrín. ¿De verdad piensas en recurrir a la flota de Komodo para vengar a los tripulantes del navío que acabamos de hundir? –Se hizo escuchar una vez más la ronca voz desde lo alto-.
El joven Valdemar no alcanzaba a ver a nadie que pudiese hablarle desde la cubierta del barco, estaba confundido. Valdemar estuvo a punto de responder al aire, cuando varias cuerdas comenzaron a ser arrojadas desde la cubierta del misterioso buque y unos quince piratas descendieron desde lo alto del navío. La gente de Yamir, intimidada, retrocedió hasta estar a una distancia que ellos considerasen prudente, algunos incluso corrieron a sus hogares, los únicos que se quedaron dónde estaban fueron Valdemar y la pequeña Francesca, quien aún sollozaba de rodillas. El joven Valdemar observo a los piratas detenidamente, todos traían ropas normales, eran muy parecidos a cualquier otro marinero, ninguno de ellos parecía ser un fantasma, sin embargo, él nunca había visto un fantasma en su vida, por lo que decidió no se apresuraría en sacar conclusiones.
Tres de los piratas más corpulentos tomaron una de las cuerdas, de la cual colgaba una gran estiba de madera. Poco a poco, los corpulentos piratas dejaron que la cuerda ascendiese con el objetivo de que la estiba descendiese. Los ojos del joven Valdemar estaban fijos en la estiba que iba descendiendo, hasta que pudo ver que sobre esta estaba parado un enorme viejo de piel morena y bronceada. El anciano medía casi dos metros de altura, tenía hombros muy anchos y algo encorvados, y lucía una larga, dispareja y descuidada barba gris. El sujeto vestía de una manera mucho más llamativa que los otros piratas, a excepción de una delgada camisa blanca todo su ropaje era grueso y de color oscuro, su cabellera estaba oculta bajo un larguísimo turbante color negro, con su mano izquierda se apoyaba en un largo bastón de madera blanca, cinco pistolas colgaban de un cinturón que caía desde su hombro izquierdo hasta el lado derecho de su cintura, y de sus anchos hombros caía una larga capa de cuero oscuro, la cual no alcanzaba a tocar el suelo debido a la gran altura del anciano. Cuando la estiba estuvo a la altura del muelle, Valdemar pudo observar mejor las características del singular personaje que en ese momento bajaba a suelo firme con la ayuda de otro pirata; sus ojos eran blancos y estaban apagados, su cara estaba llena de cicatrices, de los nudillos de la mano izquierda del enorme hombre se asomaban muñones en vez de dedos, mientras su mano derecha permanecía oculta bajo la capa negra, y sus enormes pies estaban descalzos y cubiertos de grueso pelo blanco.
El enorme anciano caminó lenta pero firmemente, en dirección del joven Valdemar, mientras se ayudaba con su bastón, y no se detuvo hasta tener al muchacho a un poco más de un metro de distancia.
— ¿No vas a responder la pregunta muchacho? –Dijo el anciano pirata con una voz que, aunque también era grave y ronca, no era la misma que Valdemar había escuchado unos instantes atrás.
El joven Valdemar, en tan solo un instante, miró al viejo una vez más de pies a cabeza.
—No, señor, tan solo eran habladurías mías –respondió Valdemar, aun sujetando la delgada mano de la pequeña Francesca en la suya. El anciano claramente era alguien con autoridad en aquel buque pirata, probablemente el capitán. También se notaba a leguas que era un hombre con el que no era sabio meterse, todos los sentidos de Valdemar le decían que no debía provocar a aquel hombre-. Esa cosa que hizo su barco… Esa neblina ¿Son ustedes fantasmas? –Preguntó Valdemar al pirata, con aliento visible-.
El enorme anciano sonrió, para luego reírse a carcajadas, sus secuaces no tardaron en imitarle.
— ¿Y que si lo somos, pequeña rata? – Preguntó el anciano acercándose aún más al joven Valdemar.
— Al principio pensé que lo eran, pero no están atacando al pueblo, ni a los habitantes, eso significa que necesitan descansar y reparar su nave, ¿O me equivoco? –Contestó Valdemar, e hizo una pausa para ver la reacción del pirata anciano, no hubo respuesta-. Pues, no sé mucho de fantasmas, pero no creo que un fantasma necesite descansar o reparar su nave –continuó Valdemar, un poco arrepentido de haber actuado de forma altanera-.
El pirata anciano bufó.
—Estás en lo cierto, –dijo lentamente el viejo pirata- aquel barco logró causar algunos rasguños al Yggdrasil, aunque no es nada grave, uno de mis lemas es siempre navegar en las mejores condiciones posibles.
— ¿Por qué lo mataste…? –Dijo Francesca casi susurrando, Valdemar casi había olvidado que su amiga aún estaba a su lado, sujetando su mano-. ¿Por qué mataste a mi padre? –Gritó Francesca a la vez que se ponía de pie y se lanzaba a darle manotazos al pirata.
Valdemar no alcanzo a detener a su amiga, pero el pirata anciano se encargó de ello con un sonoro manotazo de su mano derecha. El joven Valdemar se puso detrás de la niña para evitar que esta cayera.
—Tu padre iba en el barco que acabamos de hundir, ¿Verdad? –Dijo el pirata anciano- Luccio y su tripulación hicieron un pacto conmigo y tuvieron el descaro de romper nuestro acuerdo al robarme una importante e invaluable… pieza de valor. No sé quién era tu padre, pero si era parte de la tripulación de Luccio, él definitivamente era un pirata, niña, un pirata ladrón, asesino y despiadado, al igual que yo.
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